Matices

Es extraña y sorprendente la sensación de guiar este auto mucho más nuevo que el anterior. Los matices se perciben en el cuerpo. Pasar los cambios con suavidad y precisión, a medida de las diferentes velocidades, frenar o acelerar con delicada presión sobre el pedal y sentir la respuesta de la máquina.
Aprendí a manejar de grande, y no soy una mujer tuerca. Por eso cuando compré el anterior, mi primer auto, ni bien rendí el examen de manejo, tuve que sortear todas las dificultades del aprendizaje. Para andar en la calle y entender físicamente la dinámica entre los otros autos, me resultó muy útil el haber bailado tango. Además de registrar la marca del hombre de manera activa, la cuestión era interactuar en el espacio de la pista, entre muchos otros que giraban en el mismo sentido caminando al ritmo de los clásicos, valorando los pequeños ochos que evitaban posibles taconazos o roces, o bien desplegando en amplitud giros más abiertos. Y así disfrutar del baile. La música y el cuerpo. El cuerpo individual, la pareja, el cuerpo social.
Decía que haber pasado por esa experiencia me dio recursos para afrontar la siguiente. Los ríos de la calle son como esas pistas amplificadas a la enésima potencia. Con este segundo auto, todo se hace más fluido y relajado.
La misma sensación de matices e intensidades, ritmos y velocidades, aparece al escuchar el ensayo de la big band. El sonido metálico de los vientos que ensanchan su estridencia y de pronto, la retraen hasta casi frenar, pero continúa el contrabajo marcando el compás.
Al andar del jazz, con el fluir del baile y el sentir del manejo, me imaginé viajando por una ruta, a velocidad sostenida, lejos las montañas, con el viento en la cara.

Ensayo

Los músicos llegan, se saludan en la puerta, van entrando.
Se juntan sobre el escenario, arman los atriles, preparan sonidos sueltos, desordenados.
Abren partituras, dicen undostresva, y tocan. Un tema, el que sigue y otro. Se corrigen, paran, largan de nuevo. Tres, cuatro temas, el quinto. Al sexto séptimo que ya suena como en el disco, terminan. Se paran, siguen tarareando la última melodía que aún flota en el aire espeso de música. Van guardando los instrumentos, se dispersan mientras hablan, se ríen. Uno atiende el teléfono, otro apura la cerveza que se calentó en el vaso. Algunos se quedan charlando, otros salen apurados. Dejan de ser uno para volver a ser cada uno, juntan los instrumentos y se van.

Rita Simoni, 30 de abril 2015