Performance sonora de Alisa Kaufman y Eleonora Eubel, Centro Cultural Matienzo
Performance Paola Traczuk, Centro Cultural Matienzo
Instalación site-specific, Centro Cultural Matienzo
Las paredes limitan. Fijan un espacio. Acotan sus posibilidades. Allí objetos reciben un nombre. Adquieren una forma. Se estabilizan. Las paredes no solo limitan también contienen.
Encierran una potencia. Sujetan el impulso de un cuerpo que lucha por estallar. Cuerpo negro, oscuro, confuso, fuera del límite y de la forma. Una presencia espectral que se materializa. Pura fuerza. Energía que emerge, grita, acecha.
Figura imposible de ser dominada que nos ocupa solicitándonos e inquietándonos. Allí donde las paredes se quiebran surge la apertura, la potencia. Nuestro cuerpo se vuelve extraño, la identidad difusa. La sombra del otro nos habita. Abriéndonos hacia nuevas formas de pensar, moviendo estructuras, desestabilizando.
Magui Mastromarino, Curadora
Sobre Cuerpo Negro, por Juan Manuel Candal
Pareciera tratarse del espacio. Pero se trata del tiempo.
Tal vez esta instalación no sea el disparador, sino la convergencia. Porque al ver esta pared atravesada, algo sucede, algo que tiene que ver con los años previos, los años en los que formamos la idea de que las paredes son circuitos cerrados, de que lo que se edifica, lo que se construye y se erige, es una suerte de perpetuidad tácita.
No como los cuerpos. Los cuerpos vivos están hechos para romperse. Día a día, avanzan en una dirección inexorable. Los adolescentes comprenden la idea de la muerte antes de empezar siquiera a sospechar de qué se trata la degradación del cuerpo. De cómo el tiempo deshace los cuerpos.
Porque el cuerpo es tiempo.
Cualquier pasante, el más casual, ve la pared atravesada que forma la instalación y tiene una primera sensación de incomodidad. Una incomodidad bella, quizás fascinante, pero incomodidad al fin. ¿Tiene que ver con la violencia de observar un orden que asumimos inalterable en estado de caos? ¿Así se vería el momento exacto en que un cuerpo es atravesado por una bala, o una de las células muta y se trasforma en un tumor? El director de cine Michelangelo Antonioni dijo alguna vez que una cosa, una máquina, por ejemplo, sigue siendo bella incluso cuando se la desarma, a diferencia de un cuerpo, que se transforma en un revoltijo viscoso y desagradable. Dejaremos para los antropólogos y los filósofos las razones.
Esta pared, sin embargo, no es cualquier pared. Está atravesada, quieta, pero con no se trata de la calma propia de lo inerte, es la quietud de algo que está sucediendo, siempre, como un fotograma de una película: no es una foto, es un sintagma que propone una secuencia completa en nuestra imaginación.
Entonces, la pared atravesada captura la imagen del tiempo que no vemos, o mejor, logra que entremos en un laberinto imposible y posible a la vez: el desdoblamiento del tiempo. El mismo tiempo que hará que estas palabras sean olvidadas en minutos, el mismo tiempo que borrará todo recuerdo de nosotros cuando la última persona que nos conoció en vida haya desaparecido. El mismo tiempo que, paradójicamente, parece suspenderse cuando se observa la instalación, porque como dijo con extrema complicidad matemática Aristóteles, “tiempo es la medida del movimiento entre dos instantes”, algo que no tiene ningún sentido complejo excepto frente a una obra de arte, que finalmente logra lo que cualquier instalación intenta: jugar con nuestros sentidos, confundirlos e intercambiarlos, y en este caso en particular, este cuerpo negro nos enfrenta a un tiempo dentro del tiempo, dilatado o contraído; o quizás, lo que finalmente logre sea que toda división entre tiempo y espacio se vuelva ridícula e innecesaria, un concepto que podemos expresar en palabras y pocas veces encontrar representado, excepto de tanto en tanto, cuando se nos cruza un enigmático cuerpo negro.
Juan Manuel Candal
CUERPO NEGRO, Instalación Silvia Mildiner-Rita Simoni, por Gabriela Larrañaga
El artificio es un componente fundamental del arte, y el artista se empeña a través de operaciones y señalamientos diversos (cada vez más alejados de intentos de naturalidad) poner de manifiesto esa tácita comunión entre obra y ejercicio de percepción. Contar con la complicidad del espectador también es otro código que sustenta la práctica artística contemporánea.
Los visitantes de espacios alternativos de la escena local de las artes expandidas son clave y resulta determinante el modo en que estos se vinculan con las experiencias artísticas actuales. Como en este caso con la intervención de esta sala del Centro Cultural Matienzo, empatizar, descreer, sentir un gran encono, o fundirse frente al efecto de esta materialidad es clave en esa decodificación sensorial que hasta puede arrasarnos por los efectos de lo que la obra nos punza. Afectarse o desafectarse inevitablemente trastoca el sentido.
Este cuerpo negro que irrumpe, que se aparece, como imagen latente pergeñada por las artistas que ocupan nuevamente un espacio, esta acción conjunta congelada quizás sea la resultante de los oficios que convocan el hacer de Rita Simoni y Silvia Mildiner. Ellas problematizan en torno a la disolución de identidades; posiblemente la coautoría implique un acto cómplice, suma de valentías para ahondarse en este hacer performático.
¿Pero porque tallan juntas ese muro sostenido de memorias? ¿Por qué obran para expulsar ese río obscuro del muro?
¿Qué hay de esta antigua casa, sus habitaciones y que decir ahora de esta grieta que chorrea hilos despertando fantasmas que se cuelan entre los espectadores de alguna función o recital que acontece en una sala contigua?
Soy testigo de esta latencia que irradia, amedrenta, asusta.
Dos universos matéricos exudan un glosario de infinitas imágenes nocturnas. Sólo por nombrar algunas: un grito en un cubo blanco, una boca que vomita, los pelos de una araña, una criatura que pare los eternos hilos de la historia...
Hay un cuerpo, y lo artificioso se vuelve paradoja.
Un cuerpo antes del cuerpo, por Debora Mauas
Se debe subir una larga escalera, pero ya como parte de la “experiencia Matienzo”, conocida por los que frecuentan el centro cultural. Lo que sí no es frecuente encontrar en la sala Matienshon es una forma que surge rompiendo la pared y se desparrama casi hasta la mitad. El texto de Magdalena Mastromarino (curadora de la muestra) nos indica que se trata de “un cuerpo negro”; sin embargo a eso que nos interpela le falta todavía una precisión reconocible.
¿Resto de cabellera que viene del otro lado del cuarto; momento congelado de un grito que traspasa la pared y estalla solidificándose de este modo extraño; potencia de un movimiento al que percibimos en un instante; forma en formación que devela la inestabilidad del cuerpo, de todos los cuerpos?
Esta instalación de las artistas Silvia Mildiner y Rita Simoni nos convoca de inmediato.
Pareciera surgir entre ella y nosotros una extrañeza, un rechazo quizás, que a pesar nos acerca. Sin precisión identificamos en ella el resto de una forma que nos habita, la potencia de un grito desconocido que poseemos, la fuerza de un estallido que reconocemos.
Es que esta forma que se detuvo ante nuestra mirada, pareciera ser el revés de eso que conocemos como cuerpo. Un cuerpo antes del cuerpo, o un cuerpo dentro del cuerpo, o una parte de él que adquiere autonomía, mostrando cómo estas formas en formación resultan ser las verdaderas protagonistas.
En Cuerpo Negro, la obra, nosotros, o eso que se arma entre ambos, y el espacio, conforman una experiencia que se transforma en performática (las luces y el resto de la sala vacía acentúan la vivencia), haciendo que los límites se corran por un rato.
Las paredes limitan. Fijan un espacio. Acotan sus posibilidades. Allí objetos reciben un nombre. Adquieren una forma. Se estabilizan. Las paredes no solo limitan también contienen.
Encierran una potencia. Sujetan el impulso de un cuerpo que lucha por estallar. Cuerpo negro, oscuro, confuso, fuera del límite y de la forma. Una presencia espectral que se materializa. Pura fuerza. Energía que emerge, grita, acecha.
Figura imposible de ser dominada que nos ocupa solicitándonos e inquietándonos. Allí donde las paredes se quiebran surge la apertura, la potencia. Nuestro cuerpo se vuelve extraño, la identidad difusa. La sombra del otro nos habita. Abriéndonos hacia nuevas formas de pensar, moviendo estructuras, desestabilizando.
Magui Mastromarino, Curadora
Sobre Cuerpo Negro, por Juan Manuel Candal
Pareciera tratarse del espacio. Pero se trata del tiempo.
Tal vez esta instalación no sea el disparador, sino la convergencia. Porque al ver esta pared atravesada, algo sucede, algo que tiene que ver con los años previos, los años en los que formamos la idea de que las paredes son circuitos cerrados, de que lo que se edifica, lo que se construye y se erige, es una suerte de perpetuidad tácita.
No como los cuerpos. Los cuerpos vivos están hechos para romperse. Día a día, avanzan en una dirección inexorable. Los adolescentes comprenden la idea de la muerte antes de empezar siquiera a sospechar de qué se trata la degradación del cuerpo. De cómo el tiempo deshace los cuerpos.
Porque el cuerpo es tiempo.
Cualquier pasante, el más casual, ve la pared atravesada que forma la instalación y tiene una primera sensación de incomodidad. Una incomodidad bella, quizás fascinante, pero incomodidad al fin. ¿Tiene que ver con la violencia de observar un orden que asumimos inalterable en estado de caos? ¿Así se vería el momento exacto en que un cuerpo es atravesado por una bala, o una de las células muta y se trasforma en un tumor? El director de cine Michelangelo Antonioni dijo alguna vez que una cosa, una máquina, por ejemplo, sigue siendo bella incluso cuando se la desarma, a diferencia de un cuerpo, que se transforma en un revoltijo viscoso y desagradable. Dejaremos para los antropólogos y los filósofos las razones.
Esta pared, sin embargo, no es cualquier pared. Está atravesada, quieta, pero con no se trata de la calma propia de lo inerte, es la quietud de algo que está sucediendo, siempre, como un fotograma de una película: no es una foto, es un sintagma que propone una secuencia completa en nuestra imaginación.
Entonces, la pared atravesada captura la imagen del tiempo que no vemos, o mejor, logra que entremos en un laberinto imposible y posible a la vez: el desdoblamiento del tiempo. El mismo tiempo que hará que estas palabras sean olvidadas en minutos, el mismo tiempo que borrará todo recuerdo de nosotros cuando la última persona que nos conoció en vida haya desaparecido. El mismo tiempo que, paradójicamente, parece suspenderse cuando se observa la instalación, porque como dijo con extrema complicidad matemática Aristóteles, “tiempo es la medida del movimiento entre dos instantes”, algo que no tiene ningún sentido complejo excepto frente a una obra de arte, que finalmente logra lo que cualquier instalación intenta: jugar con nuestros sentidos, confundirlos e intercambiarlos, y en este caso en particular, este cuerpo negro nos enfrenta a un tiempo dentro del tiempo, dilatado o contraído; o quizás, lo que finalmente logre sea que toda división entre tiempo y espacio se vuelva ridícula e innecesaria, un concepto que podemos expresar en palabras y pocas veces encontrar representado, excepto de tanto en tanto, cuando se nos cruza un enigmático cuerpo negro.
Juan Manuel Candal
CUERPO NEGRO, Instalación Silvia Mildiner-Rita Simoni, por Gabriela Larrañaga
El artificio es un componente fundamental del arte, y el artista se empeña a través de operaciones y señalamientos diversos (cada vez más alejados de intentos de naturalidad) poner de manifiesto esa tácita comunión entre obra y ejercicio de percepción. Contar con la complicidad del espectador también es otro código que sustenta la práctica artística contemporánea.
Los visitantes de espacios alternativos de la escena local de las artes expandidas son clave y resulta determinante el modo en que estos se vinculan con las experiencias artísticas actuales. Como en este caso con la intervención de esta sala del Centro Cultural Matienzo, empatizar, descreer, sentir un gran encono, o fundirse frente al efecto de esta materialidad es clave en esa decodificación sensorial que hasta puede arrasarnos por los efectos de lo que la obra nos punza. Afectarse o desafectarse inevitablemente trastoca el sentido.
Este cuerpo negro que irrumpe, que se aparece, como imagen latente pergeñada por las artistas que ocupan nuevamente un espacio, esta acción conjunta congelada quizás sea la resultante de los oficios que convocan el hacer de Rita Simoni y Silvia Mildiner. Ellas problematizan en torno a la disolución de identidades; posiblemente la coautoría implique un acto cómplice, suma de valentías para ahondarse en este hacer performático.
¿Pero porque tallan juntas ese muro sostenido de memorias? ¿Por qué obran para expulsar ese río obscuro del muro?
¿Qué hay de esta antigua casa, sus habitaciones y que decir ahora de esta grieta que chorrea hilos despertando fantasmas que se cuelan entre los espectadores de alguna función o recital que acontece en una sala contigua?
Soy testigo de esta latencia que irradia, amedrenta, asusta.
Dos universos matéricos exudan un glosario de infinitas imágenes nocturnas. Sólo por nombrar algunas: un grito en un cubo blanco, una boca que vomita, los pelos de una araña, una criatura que pare los eternos hilos de la historia...
Hay un cuerpo, y lo artificioso se vuelve paradoja.
Un cuerpo antes del cuerpo, por Debora Mauas
Se debe subir una larga escalera, pero ya como parte de la “experiencia Matienzo”, conocida por los que frecuentan el centro cultural. Lo que sí no es frecuente encontrar en la sala Matienshon es una forma que surge rompiendo la pared y se desparrama casi hasta la mitad. El texto de Magdalena Mastromarino (curadora de la muestra) nos indica que se trata de “un cuerpo negro”; sin embargo a eso que nos interpela le falta todavía una precisión reconocible.
¿Resto de cabellera que viene del otro lado del cuarto; momento congelado de un grito que traspasa la pared y estalla solidificándose de este modo extraño; potencia de un movimiento al que percibimos en un instante; forma en formación que devela la inestabilidad del cuerpo, de todos los cuerpos?
Esta instalación de las artistas Silvia Mildiner y Rita Simoni nos convoca de inmediato.
Pareciera surgir entre ella y nosotros una extrañeza, un rechazo quizás, que a pesar nos acerca. Sin precisión identificamos en ella el resto de una forma que nos habita, la potencia de un grito desconocido que poseemos, la fuerza de un estallido que reconocemos.
Es que esta forma que se detuvo ante nuestra mirada, pareciera ser el revés de eso que conocemos como cuerpo. Un cuerpo antes del cuerpo, o un cuerpo dentro del cuerpo, o una parte de él que adquiere autonomía, mostrando cómo estas formas en formación resultan ser las verdaderas protagonistas.
En Cuerpo Negro, la obra, nosotros, o eso que se arma entre ambos, y el espacio, conforman una experiencia que se transforma en performática (las luces y el resto de la sala vacía acentúan la vivencia), haciendo que los límites se corran por un rato.